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¿CÓMO SIENTO LA EDUCACIÓN?
Posted on viernes, 28 de octubre de 2011 and filed under breakingNews , news , Vanegas . You can follow any responses to this entry through theRSS 2.0 . You can leave a response or trackback to this entry from your site
Hernando Vanegas Toloza.
A lo largo de mis años de estudiante fue creciendo la inquietud de si lo que estudiaba podría aplicarlo para servir a mi gente y convertir esos conocimientos en instrumento de trabajo para alcanzar una vida mejor. La respuesta la tuve cuando ya me encontraba ejerciendo mi profesión.
El aprendizaje de mis primeras letras fue un proceso gratificante y aún guardo en mi memoria la imagen de la Niña Dilia, en su casa de bahareque, llevándonos a cada uno de sus alumnos de la mano para aprender a leer y escribir. Estos recuerdos son reemplazados por la experiencia traumatizante de una profesora de primaria- de la cual ni siquiera recuerdo su nombre- que regla en mano nos obligaba a seguir la senda de la educación. Si no te sabías la lección te daba 5, 6, 10 reglazos en las manos, aplicando el principio de las “letras con sangre entra”. Materias como matemáticas, biología, geografía, historia, eran las básicas, sin olvidar la infaltable Religión. Un tercero de primaria que quisiera olvidar como experiencia educativa.
La continuación de mis estudios siguió. Lecturas y aprendizaje de memoria de innumerables conocimientos. Había que recitarlos tal cual estaba en el libro. Si lo hacías eras un alumno excelente, si no lo hacías definitivamente eras un niño vago, mal estudiante. Se iba condicionando en mi mente de niño que ser “buen estudiante” era saberse de memoria los textos.
Ya en el bachillerato continúo observando que hay que memorizar y memorizar. A la “excelencia” en un 1º de Bachillerato con materias densas como matemáticas, biología, geografía, historia, literatura, matizadas con Educación Cívica y la Urbanidad-con el texto sagrado de la urbanidad de Carreño- además de la infaltable Religión, siguió un 2º y un 3º de bachilleratos mediocres (sería acaso a causa del hastío producido por memorizar libros enteros, recitarlos sin un ápice de reflexión, de análisis?). El cuarto, quinto y sexto año de bachillerato fue un nuevo comienzo, pero tropezando siempre con el esquema memorístico. Si buscabas una alternativa, te calificaban mal porque te salías del esquema, o del marco imperante.
Creo que ninguno de mis profesores de la secundaria, quizá con la memorable excepción del profesor de Filosofía -ya en 5º año-, ninguno se preocupó por enseñarnos a pensar, a relacionarnos con nuestro medio, a ver “la realidad”. El profesor de Filosofía, “batica loca” le decían, asumió la tarea de romper el esquema que nos habían impuesto durante tantos y tantos años. Y ahí encontró la resistencia de la mayoría de los docentes, especialmente del profesor de Religión.
De sus elocuentes lecciones creo recordar cosas como estas. ¿Para qué sirven tantos conocimientos? Los bachilleres son un océano de conocimientos con un centímetro de profundidad, decía no sin razón. ¿De qué les sirve saber de memoria los elementos de la tabla periódica, si no los pueden usar en su vida diaria? ¿De qué sirve saber tantas cosas si no saben abordar un problema? Los únicos problemas que saben manejar los bachilleres son los problemas de matemáticas, y éstos se resuelven con la aplicación de fórmulas preconcebidas. Los jóvenes enfrentan un sinnúmero de problemas en su vida y nadie les enseña cómo realizar su abordaje para buscar las soluciones. ¿Cómo hay que mirar un problema, cómo analizarlo? No es posible con fórmulas ni métodos preconcebidos. Hay que mirar al hombre, al ser humano, su entorno y su relación con él. Claro que también nos enseñaba cosas que había que aprender de memoria. Quién dijo: “Pienso, luego existo”? Fulano de tal. Bien, pero miremos si es verdadero que primero pensamos y luego existimos. ¿No será al revés? Y así, miles de interrogantes y cuestionamientos a las verdades reveladas. Y al “batica loca” lo echaron del colegio por subversivo (y porque además era judío).
Surgió la inquietud entonces de comenzar la búsqueda para “aprender a pensar”. El vacío dejado por la enseñanza formal lo comenzamos a llenar con la lectura de “documentos subversivos” de los partidos políticos de izquierda y algunos no tan de izquierda. Leíamos todo los que nos caía en la mano, con una voracidad impresionante, horas y horas leyendo libros, documentos, panfletos, tiras cómicas, novelas de amor, de vaqueros. Ahora me pregunto: ¿Qué tiene de subversivo leer la gesta heroica de los comuneros? ¿Qué tiene de subversivo leer que Nariño tradujo y publicó los Derechos del Hombre, y que por eso fue encarcelado? ¿Qué tiene de subversivo leer el pensamiento de Simón Bolívar? ¿Es la ciencia subversiva? Miles de interrogantes que surgieron. Y la conclusión inevitable de que la educación formal tradicional no nos decía la verdad, o al menos no toda la verdad.
Dentro de todo la búsqueda de “aprender a pensar” llevó al choque con los personeros de la enseñanza formal. Discusiones, enfrentamientos, lectura de libros nuevos no autorizados por las autoridades escolares, planteamiento de la necesidad de darle forma a esa búsqueda, etc, etc. Todo ello llevó al descubrimiento de que había formas de pensar diferentes a las que nos enseñaban, formas diferentes de mirar al mundo y al ser humano dentro de ese mundo. El horizonte se abrió. Se sentía un viento fresco surcar por los aires. Pero había barreras enormes que romper. Lo importante de esa época quizá haya sido el hecho de descubrir que hay formas diferentes de ver un suceso, un acontecimiento.
Ya en esa época se planteaba el interrogante de que clase de educación requería la juventud de un país como el nuestro. Se definía la educación como dogmática, clerical, cerrada, sesgada, sin respuestas a los interrogantes que la juventud planteaba. Y como consecuencia entonces, qué clase de educación debíamos recibir...
Los estudios universitarios se fueron desarrollando en la misma tónica. Los programas de estudios de las Facultades de Medicina, salvo contadas excepciones, hacían énfasis en la medicina alopática tradicional. Había que estudiar gruesos volúmenes de Física, Química, Matemáticas, Biología, Inglés, en los dos primeros semestres, aderezados con materias que se consideraban de relleno: Cuidados Primarios de Salud, Introducción a la Bioestadística. Ya se había tirado al cesto de la basura los llamados Estudios Generales, que según muchos personajes de las jerarquías lo que hacían era formar “revolucionarios”, “subversivos” y demás especies. Planteaban que qué importancia podía tener unos estudios generales para un futuro médico, ingeniero, arquitecto, biólogo, etc, etc. Acabaron de un tajo con la opción de estudiar “algo” de sociología, antropología, filosofía, economía, deontología, materias que te daban una “barnizada” de realidad de tu comunidad, de los problemas de la barriada, de los “sectores populares”.
De los años básicos, en donde se estudiaban de memoria los volúmenes de Bioquímica, Fisiología, Microbiología, Parasitología, Patología, etc, se pasó a la fase de los años clínicos con la esperanza de que allí las cosas fueran diferentes. Pero, Oh decepción!, las cosas seguían prácticamente igual. La enseñanza respondía al esquema tradicional de memorizar gruesos volúmenes, recitar que tal enfermedad tiene tales y tales síntomas, presenta tales signos, hay que hacerles tales exámenes de laboratorio, hay que recetarles tales medicamentos... El énfasis se hacía en las enfermedades. Muy pocos, contados con los dedos de una mano y sobran dedos, nos enseñaban que “no hay enfermedades, sino enfermos”. Del “enfermo” como ser humano con relaciones con su entorno muy poco se enseñaba. La llamada “Medicina Preventiva” que se implementaba en esa época, copia mecánica del modelo de Medicina desarrollado en Cuba, poco o muy poco tenía en cuenta las condiciones existentes en el país. Las medidas preventivas contemplaban que las enfermedades infecto-contagiosas se debía a la inexistencia de cierta infraestructura en los sectores pobres de la población y por tanto había que construirles poza séptica, dotarlos de agua potable, construirles alcantarillado y desparasitarlos cada dos meses para evitar la aparición de dichas enfermedades. Y de la interacción del “paciente” con su entorno, qué? Y de las condiciones laborales- si acaso las tenía- qué? Y de la nutrición, qué?
Memorable durante mis estudios de Medicina Interna cuando en una rotación en el Hospital en horas de la tarde, un “médico diferente”-o sea, con cierto sentido social- valora ante los estudiantes que lo acompañábamos el caso de un paciente con una Insuficiencia Cardíaca que estaba recibiendo la batería de medicamentos para su caso- Digital, Diuréticos, etc, ordenados por el Jefe del Departamento de Medicina Interna, un Cardiólogo- y nos interroga: “¿Sabían que la Desnutrición puede llevar a IC?”. Interroga al paciente sobre la ingesta de proteínas y concluye que lo que padece el pobre hombre es Hipoproteinemia- “hambre crónica”-. Suspende toda la medicación que le estaban administrando, solicita un exámen de proteínas en sangre y ordena una dieta hiperproteica (rica en proteínas). Se imaginan el maremágnum que se creó. Las jerarquías saltaron que no era posible que le suspendiera un tratamiento al Jefe del Departamento! Todo el mundo dudaba de si hacerle caso o llamar al Jefe. Se optó por lo segundo y en presencia de todos se dio la discusión. El Jefe como salida elegante opta por hacerle caso, no sin antes hacerlo responsable si “algo le sucede al paciente”. Para nuestra felicidad observamos cómo el paciente en dos días había superado su estado crítico.
Ya nos estaban preparando para ser “médicos”. Teníamos en nuestra memoria los datos necesarios para “hacer un diagnóstico”. Pero la verdad es que nunca nos enseñaron a “ver enfermos”, nos enseñaron a buscar enfermedades. Nos enseñaron a “ver” Artritis Reumatoide, Insuficiencia Cardíaca, Infarto del Miocardio, Infecciones de Vías Respiratorias, Malaria, Tuberculosis. Tales y tales síntomas, más tales signos, más tales resultados de laboratorio, pues no hay duda, el paciente padece tal enfermedad. Los pacientes se nombraban por el nombre de su enfermedad o en el mejor de los casos por el número de su cama. “El paciente de la cama 28”. “¿Cuál?”. “El de la Tuberculosis!” “Ah, ya”. No era el señor fulano de tal, que por sus condiciones precarias de vida hizo una Tuberculosis. No, era el Señor de la Tuberculosis. Te despersonalizaban y despersonalizaban al enfermo. Había que encajonar al paciente en uno u otro síndrome o enfermedad. De allí no te podías salir.
Pero lo cierto fue que nos salimos de ese marco. Contamos para ello con la complicidad de algunos de nuestros profesores. Y empezamos a ver la medicina desde el lado social. Y a realizar labor social. Nos íbamos varios estudiantes en compañía de alguno de esos profesores a hacer “brigadas de salud” a los barrios marginales los fines de semana. A ver cómo vivían, cómo eran sus viviendas, si contaban con alcantarillado, agua potable, manejo de excretas, vacunaciones de niños. Hacíamos énfasis en su nutrición y planteábamos la necesidad de adecuar a su salario su alimentación. Pero también mirábamos sus necesidades espirituales. ¿Por qué bebían tanto alcohol? ¿Por tradición, cultura o necesidad escapista? Y nos integrábamos a esa comunidad, participábamos en sus actividades barriales, les instábamos a con lo poco que contaban mejor su calidad de vida, a luchar por mejorar esa vida. En el lenguaje gubernamental tales barrios o comunidades eran llamadas “sub-normales” y sólo eran tenidos en cuenta en período electoral. Durante ese período les ofrecían la solución de todos sus problemas. Y las gente los votaba y, luego, “ciao, si te conozco no me acuerdo”.
Es de resaltar que no éramos todos los estudiantes los que participábamos. En realidad éramos muy pocos. A la gran mayoría poco o nada les interesaban estas cuestiones. Ellos querían era ser médicos y tener su status social. De las angustias y necesidades de su población nada que ver. El paciente era una potencial fuente de ingresos. El señor de la Artritis puede ser mi paciente en mi consultorio privado. La señora de la Colitis llegará a ser MI paciente. Ya pasaba a ser de tu propiedad. Hubo casos de médicos especialistas que se disputaron a puñetazos un paciente porque uno se lo había “pirateado” al otro. Ejemplos que nos mostraba el verdadero rostro de la Medicina Tradicional, la oficial. Y de la deshumanización que campeaba por doquier.
Nos fuimos organizando en el Consejo Estudiantil de la Facultad y desde allí desarrollamos lo que llamábamos nuestra “labor social”. Que no era más que una forma diferente de ver los problemas que aquejaban a nuestra gente, una forma diferente de abordar esos problemas. Era una forma de aprender lo que creíamos era una educación médica integral. Aun hoy me pregunto si transitábamos el camino correcto...
Ya como médico me he planteado si la educación médica en mi país es la adecuada teniendo en cuenta sus condiciones. Copiamos los modelos de los países que muestran algún resultado positivo y los implementamos sin tener en cuenta nuestras condiciones. Copiamos y copiamos. Copiamos la escuela gringa de la educación médica. Y producimos médicos para el ejercicio profesional en Estados Unidos, para que “pasen el Board”. Tenemos profesionales que sin exámenes de laboratorio, sin costosos aparatos como TAC o RMN, no hacen “un diagnóstico”. Hemos llegado al extremo de que lo importante son las estadísticas. Un centro médico es eficiente si realiza tantas consultas por mes, o tantas cirugías. No importa que sólo le dediquemos 10 o 15 minutos a cada paciente (ya no se les nombra “paciente”, ahora les llaman “el cliente”!) En 10 minutos no alcanzamos a “comunicarnos” con el ser humano que está frente al escritorio. Mucho menos a realizarle un exámen físico completo. Sólo se le puede mirar la rodilla de la artritis, o la panza de la colitis, o escuchar rápidamente el soplo de la valvulopatía, o tocar el hígado o el bazo... Ni que decir del médico especialista que sólo vé el órgano de su especialidad. Si es oftalmólogo, solo veo ojos. Si soy ginecólogo, sólo veo los genitales de la mujer, porque los del hombre los ‘ve’ el urólogo. Si soy cardiólogo, sólo veo el corazón. Y nos olvidamos que ese ojo, esos genitales, ese corazón, pertenecen a un ser humano...
Hoy, continúa la búsqueda... Mis pasos siguen siendo hacia delante y reconforta encontrar en el camino hombres y mujeres con las mismas inquietudes.
Word: 2003