LA FUENTE DE LA ETERNA LOCURA

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Hernando Vanegas Toloza.
Médico Anestesiólogo.

La vida ha sido una incesante búsqueda. De la verdad. Del amor. ¿Quién tiene la verdad?, preguntaba en los años mozos porque pensaba que alguno debía poseerla. La tendrá el viejo poeta, el abuelo, los padres, el revolucionario tildado de “loco” por el resto de la sociedad... O simplemente la tendría mi abuela quien siempre decía la última palabra. Años y años vividos en incesante búsqueda.

La buscamos en los libros. Lectura voraz de física, matemáticas, filosofía, algo de economía y, sobre todo, de libros “políticos”, ya que pensábamos que por ser ellos los que dirigían nuestra sociedad, debían ser los poseedores de ese tesoro. Pero no, lo que cada uno de ellos, físicos, matemáticos, filósofos, políticos, religiosos y “demás especies del mundo humano”, planteaban como verdad no satisfacía. No era la verdad. La verdad pensábamos debía ser nítida, esplendorosa, única y capaz de callar a los falsarios.

Surge entonces la necesidad de pasar a buscar la verdad. La práctica es la madre de todas las artes y las ciencias, me dijo una vez alguien. Y me lancé a la práctica. Práctica de entrega total. De sufrimientos, personales, familiares y sociales. De sudores, esfuerzos titánicos, de entrega. De vivencias que muchas veces no encontraban la explicación total. El revolucionario hace de su accionar la madre de la sabiduría. Y el ser sabio significaba saber la verdad. Años de compartir sueños, dolores, tristezas, con gentes de pueblo. Obreros con olor a sudor, campesinos siempre olorosos a tierra y monte, mujeres que comprendían tu búsqueda y te alentaban a seguir, estudiantes con quienes compartíamos los mismos intereses, no necesariamente la misma búsqueda. Mi abuela ya no decía nada porque se había muerto.

La búsqueda de la verdad debe ser organizada, debe realizarse desde un partido de vanguardia, me dijo un día Vanchy, el panameño. Estudiaba la carrera, militaba en mi célula de Partido y adelantaba mi actividad política, siempre en la incesante búsqueda. Mítines relámpagos en las esquinas del centro de Cali, porque si te agarraban los “tombos” te llevabas para casa una tremenda paliza. Jornadas de venta del periódico. Brigadas de pega de carteles en campaña electoral. Asistencia a manifestaciones y “acciones de masas”. Asesoramiento de células y creación de nuevas, para ir formando “la red” y “los cuadros” que dirigieran “la acción por la revolución”. Formación política, formación partidista y profesional. No sin tropiezos, no sin persecuciones, por aquello de “ser revolucionario” o “loco”, que es lo mismo, dicen. Nada importaba, había que seguir adelante. Energía de sobra, ganas de sobra. Con la certidumbre de tener la verdad al alcance de la mano.

Admiraba los viejos del Partido y los consideraba sabios. Siempre tenían la explicación a todas las situaciones, sus análisis eran siempre objetivos, sin sentimentalismos ni debilidades. Pero también con los años, ese espíritu crítico que impulsaba adelante hizo ver otras cosas o no entenderlas. No entender por qué defender a ultranza a un país que ni siquiera conocía. Pero seguí caminando en la certeza de que iba por el rumbo correcto. “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”, decía la canción. Siempre con la persecución de los que defendían el status quo.

Me refugié en la tierra de los ancestros. Por la persecución llegó a territorio de los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta. Kaku Serankua*, el dios creador, bajó a la tierra y se unió con la tierra gris, pero no dio frutos. Se unió luego a la tierra roja y tampoco dio frutos. Se unió a la tierra amarilla y tampoco dio frutos. Se unió a la tierra negra -Seinaken- y de esa unión nació el hombre. Como especie, con un mandato de origen: Cuidar el Mundo. Por eso ellos, los indígenas, no maltratan a la Madre Tierra y solo descumbran la parte de la montaña necesaria para plantar sus cultivos de subsistencia, porque “cortar un árbol es como matar a un hermano: se corta la vida, se pierde la armonía, se desequilibra el mundo, se mancha la tierra”. La madre tierra, amorosa y agradecida por los cuidados que le prodigan, los premia con buenas cosechas. Vivir en completa armonía con la Madre Tierra, vivir en equilibrio personal y colectivo.

Días y noches interminables de charlas encerrados en la kankurúa* más grande del poblado. Había reunión de toda la comunidad. Allí definirían con el consejo de sus Mamos* la aceptación del hermano menor que venía a estar con ellos. Aprovecharon la luna menguante y todos los Mamos de la comunidad se fueron a sus sesiones adivinatorias. Cada Mamo tiene su cueva, ubicada siempre en uno de los sitios más altos de la región, y desde allí realiza su sesión adivinatoria, poporeando* durante toda la noche, las noches necesarias. Entrelazan, si es posible decirlo así, todas sus energías mentales-corporales, formando un todo con la energía del fuego encendido en la cueva, con la de las estrellas, la luna y el Cosmos. Así vislumbran el porvenir de su comunidad y las de todos y cada uno de sus integrantes. Sabíamos que vendrías, te estábamos esperando- me dijo el primer día Mamo Ruma, el Mamo de Mamos- aquí estarás seguro, nosotros te cuidaremos, pero hay que discutir con la comunidad tu permanencia para que sea tarea de todos. Una semana después, al final de la reunión, encuentro con todos los Mamos e información de la decisión. Tú eres nuestro hermano menor, además eres Mamo blanco, sabes los secretos de la medicina del blanco. Aquí vivirás el tiempo necesario. Encontrarás lo que estás buscando. Tranquilidad, paz, saber y amor.

El amor llegó una mañanita. Venía de su pueblo ubicado 4 horas a pie. Quien es?- le pregunté a Leonardo, el hijo de Mamo Ruma. Ella es kankuama*, otra de las etnias de la Sierra Nevada. Ellos se han asimilado más al blanco, pero están en proceso de recuperación de sus costumbres. Las premoniciones del Mamo se van volviendo realidad. Paz, tranquilidad. “La paz no se predica, sino que se vive. Eso facilita que el otro viva en paz, pero no en el cementerio; entre la gente y con la naturaleza porque esa es la naturaleza del hombre”. Sentir en las noches el influjo del Nevado, de la montaña, de las estrellas, de la Luna. Vivir en compenetración armoniosa con la naturaleza, con la Madre Tierra. Oír el susurro de los ríos y las quebradas. Sentir felicidad al oír el canto del canario, del azulejo, de la pava ceniza. Ver brotar las semillas de maíz sembradas conforme la costumbre indígena. Recoger satisfecho la cosecha...

De la enseñanzas de Ruma quedó afirmada la ‘certidumbre’ de que los problemas se solucionaban tarde o temprano. Cada cosa tiene su tiempo. No hay que desesperar. No hay que adelantarse al orden natural de las cosas. Miles de enseñanzas que aun hoy perduran. Pero la búsqueda debía continuar. Ya ahora sabía que la verdad no era absoluta. Que no era privilegio de una persona o de un grupo de personas. Que la verdad hay que buscarla muy adentro. De las cosas y de cada uno. Pero la persecución continuaba. A veces llegaban los indígenas corriendo a decir que ‘el perseguidor’ había llegado al pueblito. Y me iba más arriba, acompañado siempre de mi kankuama, a poner tierra de por medio al peligro y escondernos en las cuevas del Mamo Ruma. Allí mi amor cocinaba de noche para que no se viera el humo, y la comida la comíamos caliente en la noche y fría en el día. Allí veía en la noche lo que nunca había podido ver de día. Allí sentía cómo el amor restañaba mis heridas. Una vez se iban ‘los perseguidores’ regresaba cerca al pueblito. A continuar viviendo, y a disfrutar las placenteras pláticas de los hermanos mayores. Sentados cualquier tarde o mañana o madrugada, en banquitos de madera o de piedra.


Regreso a lo que considero mi ambiente. Pasan los años. Una amiga me dice que entre más se sabe más infeliz se es, más complicada es la vida. Ya no disfruto el despertar con el canto de los pájaros en la montaña. Ya no vivo las tardes de lluvia, ni siento la dulzura del trapiche al moler caña para hacer la panela*. Ya no veo el reverdecer de los pastos, de las plantas y árboles tras una tarde de lluvia. Ya no experimento la sensación de libertad al caminar por las llanuras, los montes y montañas de la Sierra. Ya no veo las mariposas danzar en el aire, como describiendo mi andar por el mundo. Pareciera que soy tan frágil como ellas. No siento el frescor que baja de la nevada. Ahora siento el frío que cala mis huesos, vivo en una ciudad grande, contaminada y gris. Ahora la búsqueda de la verdad es más paciente. Menos desesperada. La persecución continúa y se vuelve asfixiante. De encontrarme, me desaparecerán de este mundo. Seré un caso más de los miles que año tras año reportan los organismos de derechos humanos.

Hay un país en donde la búsqueda puede ser más tranquila, me dice un viejo amigo de andanzas juveniles. Es la mejor elección, me dicen los de la Defensoría. Salgo de allá y llego acá. Comienzo a andar tierras nuevas para mí, siento la misma sensación de libertad que en la Sierra. Pero mi caminar es más pausado, menos precipitado. Es la experiencia, me digo. Son los años que ya pesan, me dicen. En ocasiones mi cuerpo está cansado. Pero aquí como allá encuentro amigos que buscan también la fuente de la eterna locura. La verdad. El amor. Acá, a diferencia de allá, no te matan por ello. Y mis energías se renuevan. Creo que estamos locos, aun a estas alturas de la vida en la misma búsqueda. Como si no aprendiéramos. “Loro viejo no aprende a hablar”. Pareciera no tener sentido, pero recuerdo que alguien dijo, ya no sé quién, “si la humanidad no tuviera un grado de locura sería una humanidad de imbéciles”

* * *

El gran poeta dijo sabiamente:

Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no escucha música, quien no halla encanto en sí mismo.

Muere lentamente quien destruye su amor propio; quien no se deja ayudar.

Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días los mismos senderos; quien no cambia de rutina, no se arriesga a vestir un nuevo color o no conversa con quien desconoce.

Muere lentamente quien evita una pasión y su remolino de emociones; aquellas que rescatan el brillo de los ojos y los corazones decaídos.

Muere lentamente quien no cambia la vida cuando está insatisfecho con su trabajo, o su amor; quien no arriesga lo seguro por lo incierto para ir tras de un sueño; quien no se permite, por lo menos una vez en la vida, huir de los consejos sensatos...

* * *
Glosario:

* Kaku Serankua: Dios creador de todas las cosas, según la cosmovisión de los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta.
* Kankurúa: Especie de choza circular ubicada en el centro del poblado indígena, construída con palos, bejucos, paredes de palma tejida y techo de paja. Generalmente es la más grande del poblado y allí realizan la reunión de la comunidad.
* Mamos: Máxima autoridad de la comunidad. Especie de sacerdote, consejero matrimonial y familiar, médico y mago o brujo.
* Poporear: Acción de masticar el ayo- la hoja de coca tostada- y ligarla con el polvo de la Caracucha (concha de la almeja) contenida en un calabazo (en realidad éste es el poporo), la cual tiene propiedades de eliminar el hambre y el cansancio. Es usado por el Mamo en sus sesiones adivinatorias y también lo usan todos los hombres adultos.
* Kankuama: En la Sierra Nevada de Santa Marta existen o subsisten cuatro etnias: Los Arhuacos, los Koggi, los Arzarios ( o Wiwas) y los Kankuamus. Los tres primeros conservaron sus tradiciones, no así los Kankuamos quienes se asimilaron a las costumbres del blanco.
* Panela: Tapa de dulce.

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