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INTERSOMOS
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Sandra Isabel Payán Gómez
Julio de 2007
La esperanza que estamos siendo
Las transformaciones de nuestra cultura occidental, entendidas como cambio de paradigma, se expresan esencialmente en la manera como nos relacionamos los seres humanos entre sí y con los demás seres de la Naturaleza. Van emergiendo nuevos valores y nuevas formas de mirarnos que constituyen una nueva ética de vida.
Hemos asumido que la historia de Occidente está avanzando desde un paradigma antropocéntrico hacia un paradigma biocéntrico. Es decir, desde un paradigma en el que el ser humano cree que está por fuera de la Naturaleza y que puede adueñarse, controlar y entenderlo todo, hacia un paradigma en el que el ser humano acepta que le pertenece a la Naturaleza y que es una hebra más del complejo tejido de la Vida.
Creemos en este tránsito cultural gracias a una poderosa esperanza que no depende del mañana impredecible, sino del ahora que ya estamos siendo.
Nuestra esperanza en un mundo mejor es una elección personal que nace de la manera como nos miramos a nosotros mismos. No se fundamenta sólo en evidencias ni sólo en deseos, es una fuerza que nos sostiene y que emerge de una sabiduría que nos trasciende.
Es indudable que con el modelo civilizatorio que vivimos, los seres humanos nos estamos autodestruyendo. Sin embargo, la fuerza de esta esperanza, nos permite saber que existen millones de seres humanos y de grupos sociales que desde actitudes cotidianas concretas y desde decisiones políticas firmes, están haciendo y siendo propuestas de una sociedad diferente y mejor.
Algunos lugares en los que estas propuestas se encuentran para compartirse y potenciarse, son los Foros Sociales mundiales[1] y nacionales, las Asambleas Mundiales por la Salud de los Pueblos[2] y los Laicrimpos[3] .
Este cambio de paradigma lo estamos viviendo en experiencias colectivas, comunitarias y cotidianas que van emergiendo espontáneamente, no como resultado de normas y leyes, sino como parte de nuestra identificación con un sentimiento al que todos le pertenecemos, porque se encuentra dentro de cada uno de nosotros. Sentimiento que hemos llamado, paradigma biocéntrico.
Para la esperanza que estamos siendo, es importante reconocer que este cambio de paradigma, lo estamos viviendo fundamentalmente en nuestros procesos internos y cotidianos, en los intensos caminos de descubrimiento de quiénes somos, y en los emocionantes viajes de regreso a nuestra esencia.
La ciencia se aproxima
La ciencia occidental no es ajena a este cambio de paradigma, ella lleva casi un siglo de rupturas y revoluciones. Los descubrimientos de la Física Cuántica, los nuevos planteamientos de la biología y las matemáticas, la teoría de sistemas, la termodinámica de sistemas abiertos, entre otros conceptos, han dejado sin piso al mecanicismo positivista, que ha sido la manera hegemónica de entender la realidad hasta nuestros días.
Desde la misma ciencia nos estamos dando cuenta que los sistemas vivos no funcionamos mecánicamente. Esta afirmación que ahora nos parece simple e incuestionable, ha sido desconocida y negada en el desarrollo de la ciencia occidental, lo que ha determinado la manera como vemos y tratamos la Naturaleza: la tierra, los ríos, las plantas, nuestro cuerpo…
La nueva ciencia ha descubierto que los seres vivos no se comportan como “mecanismos”, sino como “organismos”, es decir, como “unidades funcionales y estructurales en las que unas partes existen por y para las otras en la expresión de una naturaleza particular, resultado de una dinámica autoorganizativa y autoregenerativa”[4]
Esto quiere decir que los sistemas vivos, incluyendo nuestro planeta y nuestro cuerpo, no se fabrican por separado y se ensamblan después. Surgen en el devenir de la compleja red de relaciones que es la Vida. Y esta red implica un orden dinámico intrínseco que se determina a cada instante, una “racionalidad inherente”, una “conciencia universal”, una sabiduría.
Desde esta nueva ciencia, así como desde nuestras trascendencias íntimas y cotidianas, estamos sabiendo que la Vida se parece más a la pintura espontánea de un niño que se divierte mezclando colores con sus manitas, que al plano preciso e impecable de un arquitecto. La Vida transcurre, más como una comida que hace una abuela encantada, mezclando olores, colores y sabores, que como un experimento de química con dosis exactas.
Somos emergencia de las relaciones entre todos los seres vivos. Nuestra existencia y nuestro desarrollo son parte de la existencia y del desarrollo de todos los seres de la Naturaleza.
Nos hacemos los unos a los otros. Somos parte de la misma historia y de la misma capacidad autoorganizativa. Somos expresión de una sabiduría que nos trasciende. Formamos parte de la misma danza vital.
Nacemos, morimos, nos transformamos, nos mantenemos, por la misma fuerza y con el mismo sentido que le sucede a los árboles, a las estrellas o a las mariposas. Entenderlo nos conmueve, y asumirlo cambia profundamente nuestra mirada y nuestra relación con todos los seres de la Naturaleza, incluyéndonos.
La racionalidad del desconocimiento y del olvido
Desde el paradigma antropocéntrico los seres humanos nos hemos acostumbrado a relacionarnos mecánicamente entre sí y con los demás seres de la Naturaleza.
La fragmentación y el individualismo de esta racionalidad nos han hecho aislarnos de los demás, suponiendo que no tienen nada que ver con nosotros. El mecanicismo nos llena de argumentos para justificar el desconocimiento de nuestra responsabilidad social y de nuestra responsabilidad ecológica, las cuales son una sola responsabilidad.
Así mismo, la lógica de causa efecto, también propia del mecanicismo, nos ha hecho caer en la trampa de la culpabilidad y del merecimiento. Nos olvidamos de la red de la que formamos parte y creemos que las cosas suceden exclusivamente por nuestra voluntad.
Esta racionalidad nos mantiene presos de nuestra irresponsable indiferencia y de nuestro soberbio protagonismo como seres humanos. Sólo es posible superarla si se transforman nuestras maneras de mirarnos y de relacionarnos.
Desde este paradigma creemos que la Vida está fuera de nosotros, que se puede controlar, dominar, poseer y enjuiciar. Entonces suponemos que el cuerpo, la tierra, la comunidad, el conocido y el desconocido, son ajenos, que no son lo que yo soy, que son “lo otro”. Este paradigma justifica la violencia y la guerra como medios y como fines.
Lo más grave es que esta racionalidad mecanicista se mete entre nuestras cobijas e invade hasta nuestra manera de soñar. Nos llena de juicios y de desolaciones, no nos deja ver la vida que somos, nos empuja hacia el desencantamiento.
Afortunadamente la Vida es más hermosa y mágica de lo que nuestros ojos mecanicistas nos permiten ver. La Vida es misteriosamente sabia y generosamente ilimitada.
Intersomos
Superar el antropocentrismo y avanzar hacia el biocentrismo, es asumir que somos en, para y con los otros, es decir, que “intersomos”. Una forma de relacionarnos que va más allá de la interdependencia y que expresa una nueva manera de mirarnos.
Las nuevas maneras de mirar requieren nuevas maneras de decir. “Intersomos”[5]
es una de las nuevas palabras que van emergiendo en este cambio de paradigma cultural. Así como “alegremia”[6] y “corazonar”[7]
Estas nuevas palabras van siendo apropiadas mágica y naturalmente, como si hubieran nacido dentro de cada uno de nosotros. Inspiran nuestro caminar, y nos ayudan a decir lo que sentimos, a encontrarnos y a saber que caminamos junto a muchos más.
Intersomos con los demás seres humanos, con el sol, con las flores, con
las nubes, con el mar… Nos hacemos los unos a los otros, en cada instante. Nos movemos sincrónicamente. Todo lo que nos sucede es expresión de lo que le está sucediendo al Universo entero. Intersomos, no estamos solos, no somos solos.
Nuestro canto, nuestra risa, nuestro llanto y nuestro vuelo le pertenecen a la Vida, forman parte de una misma danza. Por eso, cada instante es un milagro, cada gesto una señal y cada encuentro una cita.
Nuestro devenir es sagrado, así como el de cada árbol, cada hoja y cada gota de rocío. No existimos para cumplir una función específica, para llegar a una meta, ni para ser utilizados para algo ni por alguien. Nuestra existencia es una de las infinitas maneras con la que la Vida se cumple a sí misma.
Las cosas no suceden por nosotros, sino con nosotros, y eso significa que nuestro compromiso con la Vida es tan ineludible como nuestra confianza en ella.
No dirigimos la orquesta, somos una nota más de una sinfonía que se hace a sí misma a cada instante. Sin la nota que estamos siendo, esta sinfonía no sería la misma, pero seguiría siendo sinfonía. Por lo tanto, sólo nos queda entregarnos y reverenciar la Vida que está siendo en nosotros y con nosotros.
Una manera de entender este cambio de paradigma es a partir de la relación entre lo femenino y lo masculino. Desde el paradigma antropocéntrico que parte de la dualidad excluyente de oposición, se sobrevalora lo masculino y se desconoce y desprecia lo femenino, distorsionando ambos conceptos.
Desde el paradigma biocéntrico, que parte de la dualidad creativa de interrelación, se entiende que lo femenino y lo masculino como unidad, son fuerzas constitutivas de la Vida, que no se oponen, sino que se complementan. Lo femenino es el sentimiento de pertenencia y de integralidad, y lo masculino es el sentimiento de autoafirmación y de singularidad. Uno no es sin el otro.
En este cambio de paradigma, estamos recuperando lo femenino, encontrándolo en nuestra propia esencia y sanando la brecha que lo ha opuesto a lo masculino. Es decir, que cambiar de paradigma es recuperarNOS, integrarNOS y sanarNOS.
El interser es uno de los dones de lo femenino, así como lo son: dar vida, tejer redes, conectarse con la sabiduría de la Vida, la sensualidad, la creatividad, sentir e intuir, vivir los procesos como propósitos, y reconocer nuestra naturaleza cíclica.
Asumir que intersomos
Uno de los desafíos más importantes del momento histórico que vivimos, es asumir que intersomos. Es decir, permitir que este sentimiento que está renaciendo, transforme nuestras cotidianidades, las maneras como entendemos la realidad y las formas como nos organizamos en comunidad.
Vamos a descubrir el intersomos reflejado en todos los escenarios de nuestra vida: el íntimo, el de nuestros diferentes haceres y saberes, y el político.
Pertenecerle a la Vida es saber que sólo soy un pequeño remolino de un gran río, y que todo lo que me pasa y que todo lo que siento le pertenece a su fuerza y a su sentido. Asumirlo, me regala la libertad de sentir que la Vida no transcurre por mi voluntad sino con mi existencia, la esperanza de saber que mi presencia tiene el poder del aleteo de una mariposa, y la dicha de formar parte de una Vida que más allá de mí, está siendo y haciendo.
¿Cómo voy a mirar al otro, al árbol, al río, ahora que sé que tenemos un mismo devenir, que nos estamos haciendo el uno al otro permanentemente, y que por diversos que sean nuestros camino y escenarios, formamos parte de la misma historia? ¿Cómo no voy a conmoverme ahora con la existencia de todos los seres de la Naturaleza, incluyéndome?
Lo que le pasa al otro, no sólo me afecta, sino que también me está pasando a mí. Sus transformaciones, emociones, vivencias, dolores y alegrías me hacen y deshacen a cada instante. Lo sabemos con quienes amamos. Ahora, sabemos que ocurre también con quienes no amamos, con quienes ni siquiera conocemos, con quienes ya existieron y con quienes aun no existen, con el río, con la montaña, con el águila…
La Vida es en mí, pero no depende de mí. Más que entender y controlar, se trata de relacionarnos. Y como la relación es el principio vital, lo que nos queda es darnos cuenta que nos relacionamos, para aceptar nuestro irremediable compromiso con la Vida que estamos siendo.
Asumir que intersomos transforma nuestras decisiones, acciones y motivaciones. Emergen nuevos valores como el respeto por la inmensidad a la que le pertenecemos y la gratitud por pertenecerle.
Resignificamos la Vida al ir tomando conciencia que intersomos. Surgen nuevas maneras de entender la salud, la muerte, la enfermedad, la política, el amor… Nuevos conceptos, como “Salud de los Ecosistemas”
[8] , que van recreando este sentimiento y formando parte de él.
Apenas estamos intentando descifrar las profundidades y complejidades de este nuevo paradigma. El camino es incierto, pero el ahora es emocionante y esperanzador, porque está surgiendo al encontrarNOS y al darnos cuenta que la esencia está dentro de nosotros mismos.
¡Que nos transforme la Vida saber que intersomos, porque lo necesitamos con urgencia!
[1] Se trata de una verdadera Asamblea de la Humanidad que se realiza anualmente teniendo como lema “Otro mundo es posible”. El primero de ellos tuvo lugar en Porto Alegre, Brasil, en 2001 y el último (VII Foro Social Mundial) se realizó en Nairobi, Kenya, en enero de 2007. En estos Foros se presentan tanto denuncias al modelo neoliberal como propuestas sociales, económicas, políticas y ambientales que están permitiendo la emergencia de ese otro mundo posible más justo, solidario y sustentable.
[2] La I Asamblea Mundial de Salud de los Pueblos tuvo lugar en diciembre de 2000 en Savar, Bangladesh convocada por diversas organizaciones no gubernamentales. Unos 1500 delegados de 94 países suscribieron la Declaración que constituyó la fundación del Movimiento Mundial de Salud de los Pueblos. La II Asamblea se llevó a cabo en julio de 2005 en Cuenca, Ecuador.
[3] Son encuentros de salud popular que se realizan anualmente a comienzos del mes de noviembre, en diversos sitios del norte argentino, desde 1990. La esencia es el compartir saberes y haceres autogestivos con el espíritu de “la salud en manos de la comunidad”. Participan compañeras y compañeros de Paraguay, Uruguay, Ecuador y otros países.
[4] Brian Goodwin en “Las Manchas del leopardo. La Evolución de la Complejidad” Tusquets Editores, España, 1998.
[5] “Todos somos uno y coexistimos en un continuo de la vida, todos estamos interconectados, interactuamos e INTERSOMOS: ser uno con algo, no estamos por fuera” Mauren Murdock en “La Mujer Sabia: El Viaje de la Heroína”, GAIA Ediciones, Madrid, 1991
[6] Palabra difundida y recreada por Julio Monsalvo. La palabra “Alegremia” (alegría circulando por la sangre) surge de compartir con mujeres campesinas del norte argentino, y luego de otros escenarios, conversaciones acerca de las necesidades realmente básicas para vivir: aire, agua, alimento, albergue, amor, arte, aprendizaje. A partir de estas reflexiones se cuestiona la definición de salud como “un estado de normalidad”, ya que naturalmente se comprende la salud como un proceso que puede ser cada vez más saludable, percibido justamente por la alegría manifestada en lo cotidiano.
[7] Palabra que nos enseñó Vicente Aguilera, amigo y médico ecuatoriano. “CORAZONAR, busca re-integrar la dimensión de totalidad de la condición humana, decir seres humanos es reconocer que estamos formados por razón y corazón. CORAZÓN-AR quiere decir que el corazón no excluye, no invisibiliza la razón, sino que por el contrario, el CO-RAZONAR le nutre de afectividad, a fin de que se descolonice su carácter perverso, conquistador y colonial que históricamente ha tenido”.
[8] “Salud de los Ecosistemas” es una propuesta de Julio Monsalvo, que expresa la concepción de salud que emerge del paradigma biocéntrico. Es un concepto integrador de las propuestas sociales y ecológicas que constituyen el amanecer de este “otro mundo posible”. Asumir la Salud de los Ecosistemas es sentir que le pertenecemos a la Naturaleza y entonces, entender que la salud es una sola, porque los seres humanos somos parte del ecosistema.